Si Alí Babá se dedicara al marketing político, fácilmente encontraría en el país más de 40 integrantes para formar su mítica banda. Y no hablo solamente de ladrones de dinero, sino de ladrones de esperanza, que es algo más detestable y peligroso.
Desde 1989 vengo observando diez elecciones presidenciales. Quienes se dedican a la investigación podrán asegurar que es una cantidad coherente para generar una muestra de mercado, es decir, data y tiempo suficiente para establecer conclusiones, y entre ellas, detectar tendencias.
De todas las conclusiones a las cuales he llegado -le aseguro que muchas- me llaman poderosamente la atención el deterioro de la clase política, el desgaste mental del ciudadano votante, y más complicado aún, la ausencia de nuevos líderes. Todas tienen explicación y trataré de ser breve.
El ciudadano “pensante” promedio siempre ha tenido dudas sobre quiénes son los políticos. Los chistes acerca de ellos abundan en todos los idiomas. Para los más inocentes, son personas letradas -tienen cultura y seguramente son especialistas en uno o varios temas- que están en carrera constante para buscar formas y fórmulas para mejorar el país. Dicho de otra forma, para mejorar de manera sostenible la calidad de vida de quienes habitan el territorio nacional. Para los ciudadanos más avezados, los políticos son personas que prometen acabar con la pobreza… pero la de ellos.
Sorprende comprobar a través de los medios de difusión tradicionales y de los nuevos (como las plataformas de redes sociales), que son parte del peor zoológico humano, el cual incluye ratas, hienas, buitres, víboras, burros y alguna que otra alimaña carroñera. ¿Cómo es posible que hoy tengamos la clase política existente y dominante en el país? ¿Qué nos pasó?
Salvo contadas excepciones, los políticos (muchos de los candidatos actuales a presidentes), son personas -porque gente no son- faltos de palabra, mentirosos, hipócritas, avivados, aprovechadores, ignorantes y otras tantas debilidades imperdonables del comportamiento humano, que hoy “están y se ofrecen” para mejorarnos la vida. Algunos, fieles a Drácula, se nota que no tienen sangre en la cara. ¿Y nosotros, los ciudadanos? Jodidos. Sí, bien jodidos.
Aquellos mayorcitos, los detectamos y escapamos alarmados. Otros, jóvenes y no tanto, los siguen, aceptan ingresar a sus equipos operativos, y una cantidad alarmante los observa atónitos como los nuevos mesías (tal como ocurrió con Hitler en su momento), y son capaces de votar “ciegamente” por ellos. Tiene mucha lógica. Año tras año, el ciudadano viene tomando leche envenenada de lobos disfrazados de ovejas. Y como buenos animales asociativos que somos, nos terminamos pareciendo a aquellos en quienes confiamos, nos mantienen esperanzados y que peligrosamente admiramos.
Muestra de este cinismo político y desconcierto ciudadano, son las alianzas que se van formando a medida que se acerca la fecha de las elecciones. Los que ayer se despreciaban y despotricaban mutuamente… hoy se aman. Pareciera que tienen la memoria de una albóndiga con Alzheimer. O son caraduras, nomás. Por eso, vuelvo a la frase que dio inicio a mi columna, y reflexiono: Creo que nadie se quiere quedar afuera de la banda de Alí Babá. Alguien puede decirme: “Oiga, Pedro, no sea duro. Hay políticos buenos” Y mi respuesta será: “Por supuesto, ¿muéstreme dónde?”. En la medida que no mejore el pensamiento político y comportamiento de los susodichos, no mejorará el pensamiento y comportamiento de una masa poblacional que anda más perdida que Adán en el Día de las Madres.
Y pasando a la tercera conclusión de mi humilde -pero honesto- análisis, no hay líderes políticos jóvenes. Los líderes de hoy se olvidaron que su responsabilidad era también formar sucesores. Salvo un caso aislado, producto más de la inercia que de la formación real, solo aparece un líder joven en el panorama político. Y está más amarrado que el bibosi al motacú, de un partido e ideología que han podido demostrar mundialmente -y lástima, nacionalmente- que son unos criminales de la esperanza. Unos tremendos vendedores de humo, ellos y sus asesores, cómplices de tanta decadencia, pobreza mental y ausencia de futuro. Los dañinos y mentirosos -lo juro- más grandes que he visto en mis seis décadas de vida. Y al igual que usted, soy un ciudadano común. Esperanzado en vivir bien, sin que me regalen nada, en ganar lo justo por mi trabajo, pero en especial, pensando en qué tipo de país le dejo a mis hijos. Porque si no hago nada para evitar esto… póngale usted nombre a su comportamiento.
Ahora bien, parece que se me fue la mano y terminé escribiendo sobre política y no sobre marketing. No se equivoque. Un país es como una empresa. Y necesita marketing para organizarse, crear y proyectarse al futuro. Hoy, los candidatos a presidentes trabajan con estrategias cavernícolas: Matemos al otro. Esto ya es un tinku electoral y el campo de batalla se llama Tik Tok. O peor aún, dicen, prometamos soluciones y no digamos cómo las implementaremos.
Sin líderes empresariales actuales honestos, visionarios, sinceros, capaces de formar nuevos líderes jóvenes, solidarios, emprendedores y empáticos… estamos tan perdidos como en política. Y nosotros, los empleados, comerciantes y profesionales independientes, necesitamos que estos líderes empresarios -ojalá, nuevos- nos recomienden qué hacer, nos enseñen cómo hacerlo, y en especial, nos inspiren a sacar lo mejor de nuestro interior para compartirlo con los demás. Así se genera un ciclo o círculo infalible y de sana prosperidad. Toda esa tarea, en una empresa, es parte del Marketing tradicional.
Y cerraré mi análisis con una idea que viene rondando mi cabeza, donde enlazo Marketing Político con el Marketing que desarrollan las empresas: “Un país que no logra generar nuevos políticos, líderes y empresarios sanos de mente, está condenado a ser el verdugo de su propia gente”. Así que, por favor, hagamos algo.